Desconectar debería ser un derecho. No un lujo.
Pero en Canarias, para muchas enfermeras, coger o no coger el móvil puede marcar la diferencia entre trabajar o quedar fuera del sistema durante un año entero.
Sí, un año.
¿Qué está pasando?
El Servicio Canario de Salud penaliza a las enfermeras que no responden a una llamada para un contrato. Las reglas son claras… y crueles:
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Solo hacen una llamada.
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Si no contestas, quedas marcada como “no disponible” durante un año entero.
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No cuenta estar conduciendo, durmiendo, en la ducha o simplemente sin cobertura.
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Aunque justifiques el motivo, el sistema tarda 10 días en reactivarte.
En otras palabras: tu vida personal desaparece frente a la pantalla del teléfono.
Esto no es eficiencia,

Sin aviso, sin margen, sin opciones.
Un sistema que castiga a quienes no pueden vivir pegadas al móvil, incluso fuera de sus turnos, incluso en sus momentos de descanso.
Porque al final, quienes pagan las consecuencias de una mala gestión somos siempre las mismas: las enfermeras.
Historias de vida real
Imagina darte un chapuzón en la playa tras una guardia interminable y, al salir del agua, ver una llamada perdida.
O volver a casa después de trabajar 12 horas, quedarte dormida y despertar con el móvil en silencio.
O simplemente conducir y no poder responder.
En todos esos casos, la consecuencia es la misma.
La incertidumbre, el miedo a desconectar y la sensación constante de estar vigilada convierten cada día en una especie de trampa.
No estamos cansadas, estamos hartas
Turnos infinitos. Contratos fantasmas. Castigos desproporcionados.
No estamos agotadas. Estamos hartas.
Hemos normalizado demasiado tiempo un sistema que empuja a las enfermeras a una precariedad que roza lo inhumano. Y lo más grave es que se hace pasar por organización y eficiencia.
¿Y ahora qué?
Este no debería ser el futuro de la enfermería, de la sanidad. Necesitamos que estas normas se revisen. Que el sistema sanitario valore realmente el trabajo de quienes lo sostienen día a día.
Porque la eficiencia no puede construirse a costa de derechos básicos como el descanso, la conciliación o la tranquilidad de vivir sin miedo a una llamada perdida.
Fuentes: El Día , La Provincia