“¿Cómo es posible que siendo enfermera hayas cometido un error así?”
Esta frase, que muchas hemos escuchado o temido, refleja una realidad silenciada: los errores clínicos no solo afectan a los pacientes. También hieren profundamente a los profesionales sanitarios.
La herida invisible
Nadie habla de esto. Ni en la universidad, ni en los pasillos.
Y sin embargo, está ahí: el dolor de quienes sufren tras cometer un error en su práctica asistencial.
El Dr. Albert Wu acuñó en el año 2000 el término “segundas víctimas” para nombrar a esos profesionales que, tras un error clínico, arrastran culpa, miedo, insomnio e incluso pensamientos de abandonar la profesión… o algo peor.
No son fallos visibles en un historial médico. Son heridas emocionales que, sin apoyo, pueden convertirse en cicatrices imborrables.
¿Y las enfermeras?
Un estudio de la Dra. María Soledad Kappes muestra que:
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67% de las enfermeras de UCI han sufrido estrés tras un evento adverso.
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Solo el 2,8% recibió apoyo institucional.
La mayoría se queda sola. Invisible. Con el peso de un error en sus espaldas y sin espacio para procesarlo ni aprender de él.
El error no es individual: es estructural
Los errores no ocurren porque una persona sea “mala profesional”.
Ocurren porque el sistema falla:
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Sobrecarga asistencial y plantillas insuficientes.
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Turnos interminables y decisiones bajo presión.
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Formación incompleta y protocolos poco claros.
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Ausencia de espacios seguros para hablar sin miedo.
Culpar al individuo solo perpetúa la precariedad. Un sistema seguro es aquel que protege antes de castigar.
Para que un error no destruya a quienes cuidan, necesitamos un sistema que priorice el aprendizaje y el acompañamiento:
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Protocolos claros y accesibles.
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Formación continuada y específica.
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Descansos reales y ratios seguras.
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Espacios donde comunicar errores sin miedo al castigo.